domingo, 27 de noviembre de 2011



JACINTO BENAVENTE (1866 - 1954). Los intereses creados




   Jacinto Benavente (Madrid 1866-1954), fue el menor de los tres hijos de un reconocido pediatra. Al igual que Valle-Inclán, estuvo estudiando Derecho hasta que falleció su padre, momento en que abandonó los estudios para emplear su herencia en vivir la vida a su gusto y orientarse hacia la creación literaria, en especial al teatro, en el que participó como actor, guionista, empresario y crítico periodístico.

En 1907, estrenó su obra más importante: Los intereses creados. En la que Crispín y Leandro, unos pícaros españoles, tratan de engañar a un rico italiano. El extraordinario éxito de la obra motivó que se adaptase al cine en la temprana fecha de 1911; proyecto en el que también participó Benavente. En 1922 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura (premio que, con razón o sin ella, fue muy discutido, y lo sigue siendo hoy en día).

Muy lejos de lo que estaba sucediendo en el teatro europeo del siglo XX (con André Antoine, Stanislavski, Ibsen, Chejov…). España sigue produciendo obras para la burguesía acomodado cuyo objetivo al asistir al teatro dista mucho del aprendizaje. Y el rey de este tipo de obras fue, por excelencia, Benavente que escribía para la burguesía acomodada, que si iba al teatro no era precisamente para aprender, ni para pensar, sino para sociabilizarse, ver y dejarse ver.

Aún así, de una manera sutil, introduce una crítica al mismo público siempre endulzada a través de un lenguaje exquisito. Dejaba caer un mensaje atronador con tal verborrea que el público siempre salía del teatro contento y aplaudiendo. Qué gran político hubiese sido Benavente.

Para comenzar, no tiene desperdicio el extenso monólogo con que el protagonista y rey de las artimañas, llamado Crispín comienza la obra, explicando y justificando previamente la misma a modo de prólogo. Como quien cuenta un cuento a unos niños y les prepara para entrar en ese mundo imaginario en el que todo está justificado porque es farsa, o como el anestesista que cuenta hasta diez hasta que pierdes la consciencia, pudiendo así destriparte y volverte a coser sin que sientas dolor alguno.

PRÓLOGO
Recitado por el personaje Crispín:
“He aquí el tinglado de la antigua farsa, la que alivió en posadas aldeanas el cansancio de los trajinantes, la que embobó en las plazas de humildes lugares a los simples villanos, la que juntó en ciudades populosas a los más variados concursos, como en París sobre el Puente Nuevo, cuando Tabarin desde su tablado de feria solicitaba la atención de todo transeúnte, desde el espetado doctor que detiene un momento su docta cabalgadura para desarrugar por un instante la frente, siempre cargada de graves pensamientos, al escuchar algún donaire de la alegre farsa, hasta el pícaro hampón, que allí divierte sus ocios horas y horas, engañando al hambre con la risa; el prelado y la dama de calidad, y el gran señor desde sus carrozas, como la moza alegre y el soldad, y el mercader y el estudiante. Gente de toda condición, que en ningún otro lugar se hubiera reunido, comunicábase allí su regocijo, que muchas veces, más que de la farsa, reía el grave de ver reír al risueño, y el sabio al bobo, y los pobretes de ver reír a los grandes señores, ceñudos de ordinario, y los grandes de ver reír a los pobretes, tranquilizada su conciencia con pensar: ¡también los pobres ríen! Que nada prende tan pronto de unas almas en otras como esta simpatía de la risa. Alguna vez, también subió la farsa a palacios de príncipes, altísimos señores, por humorada de sus dueños, y no fue allí menos libre y despreocupada. Fue de todos y para todos. Del pueblo recogió burlas y malicias y dichos sentenciosos, de esa filosofía del pueblo, que siempre sufre, dulcificada por aquella resignación de los humildes de entonces, que no lo esperaban todo de este mundo, y por eso sabían reírse del mundo sin odio y sin amargura. Ilustró después su plebeyo origen con noble ejecutoria: Lope de Rueda, Shakespeare, Molière, como enamorados príncipes de cuento de hadas, elevaron a Cenicienta al más alto trono de la Poesía y el Arte. No presume de tan gloriosa estirpe esta farsa, que, por curiosidad de su espíritu inquieto os presenta un poeta de ahora. Es una farsa guiñolesca, de asunto disparatado, sin realidad alguna. Pronto veréis cómo cuanto en ella sucede no pudo suceder nunca, que sus personajes no son ni semejan hombres y mujeres, sino muñecos o fantoches de cartón y trapo, con groseros hilos, visibles a poca luz y al más corto de vista. Son las mismas grotescas máscaras de aquella Comedia del Arte italiano, no tan regocijadas como solían, porque han meditado mucho en tanto tiempo. Bien conoce el autor que tan primitivo espectáculo no es el más digno de un culto auditorio de estos tiempos; así de vuestra cultura tanto como de vuestra bondad se ampara. El autor sólo pide que aniñéis cuanto sea posible vuestro espíritu. El mundo está ya viejo y chochea; el Arte no se resigna a envejecer, y por parecer niño finge balbuceos… Y  he aquí cómo estos viejos polichinelas pretenden hoy divertiros con sus niñerías.”

Solamente leyendo el prólogo podéis intuir que el teatro de Benavente es discursivo, estático y con evidente predominio del diálogo. Aunque, concretamente en "Los intereses creados" presenta una acción más dinámica y un lenguaje más funcional. Pero, aún así, una de las críticas que podemos hacerle a Benavente es el uso excesivo de la palabra y el predominio de ésta sobre la acción. Menos mal que el hecho de que la acción de la obra se localice en una ciudad imaginaria del siglo XVII, libera un poco la reproducción del estilo y del lenguaje. Porque, eso sí que es innegable, su penetración y conocimiento de la lengua castellana son tan destacados, que llega hasta el punto de introducir hábiles críticas sobre el mal uso que de él se hace en los ambientes cotidianos.

A su vez, también emplea una gran variedad de recursos: la ironía, "¡Nadie hable aquí de pagar, que es palabra que ofende!". Frase que pronuncia Crispín; la paradoja, la alusión velada, los juegos de palabras, por ejemplo: "Nada importa tanto como parecer, según va el mundo, y el vestido es lo que antes parece"; la intención implícita y las situaciones humorísticas.

Para todo ello, en el discurso de sus textos emplea un diálogo fácil, chispeante y relampagueante, en el que, volvemos a repetir, predomina el verbalismo sobre la acción:

RISELA. - Ahora vemos, señora Polichinela, que con todas vuestras riquezas no sois menos desgraciada.
SEÑORA DE POLICHINELA. - No lo sabéis, que algunas veces llegó hasta golpearme.
LAURA. - ¿Qué decís? ¿Y fuisteis mujer para consentirlo?
SEÑORA DE POLICHINELA. - Luego cree componerlo con traerme algún regalo.
SIRENA. - ¡Menos mal! Que hay maridos que no lo componen con nada.

   Pero sobretodo, nos ha llamado mucho la atención, la sutileza de la ironía con que denuncia la manipulación que del entendimiento puede hacerse desde medios jurídicos, políticos o informativos, con la alteración de la sintaxis y lexicografía. Nada lejos de la realidad.

   Por ejemplo, en la conclusión de “Los intereses creados”, donde una sentencia acusatoria se convierte en exculpatoria, con la simple transposición de una coma:


   CRISPÍN. -Y ahora, Doctor, ese proceso, ¿habrá tierra bastante en la tierra para echarle encima?
   DOCTOR. - Mi previsión se anticipa a todo. Bastará con puntuar debidamente algún concepto… Ved aquí: donde dice… “Y resultando que si no declaró…”, basta una coma, y dice: “Y resultando que sí, no declaró…” Y aquí: “Y resultando que no, debe condenársele”, fuera la coma, y dice: ‘“Y resultando que no debe condenársele...”
   CRISPÍN. -¡Oh, admirable coma! ¡Maravillosa coma! ¡Genio de la Justicia! ¡Oráculo de la Ley! ¡Monstruo de la Jurisprudencia!
   DOCTOR. - Ahora confío en la grandeza de tu señor.
   CRISPÍN. - Descuidad. Nadie mejor que vos sabe cómo el dinero puede cambiar a un hombre.
   SECRETARIO. - YO fui el que puso y quitó esas comas…
   CRISPÍN. - En espera de algo mejor… Tomad esta cadena. Es de oro.


   Según la introducción del libro de la Colección Antares, todo ello, parte de la combinación de dos componentes de la tradición literaria: La comedia del arte italiano del siglo XVI-XVII, y la comedia española del siglo de oro del mismo período. Esta es la combinación que proporciona a la pieza una cierta “distancia irónica”, un efecto de alguna forma antidramático que permite profundizar en la reflexión de los temas principales. En este distanciamiento juegan un papel decisivo los personajes a manera de guiñol: Colombina, Polichinela, Arlequín, Pantalón. Son como arquetipos estéticos sociales, ya que no es posible fijarlos -por su irrealidad- en la sociedad española de su tiempo. 


   A ello contribuye también cierta peculiaridad de los diálogos, por ejemplo, en las conversaciones entre Leandro y Crispín, el espectador tiene la sensación de una especie de desdoblamiento, como si el monólogo se convirtiera en un diálogo. Es decir, cada uno de ellos parece estar hablando con su otro “yo”:


   CRISPÍN. - ¡En qué poco te estimas! Pues qué, un hombre por sí, ¿nada vale? Un hombre puede ser soldado, y con su valor decidir una victoria; puede ser galán o marido, y con dulce medicina curar a alguna dama de calidad o doncella de buena linaje que se sienta morir de melancolía; puede ser criado de algún señor poderoso que se aficione de él y le eleve hasta su privanza, y tantas cosas más que no he de enumerar. Para subir, cualquier escalón es bueno.

   Podemos afirmar que el intelecto semántico de Benavente llega incluso a exceder claramente del de otros autores.








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