sábado, 31 de diciembre de 2011




En Así que pasen cinco años,  “El Joven no es sólo el protagonista, sino la obra misma propiamente.”



     El tema de los personajes en esta obra, envueltos en simbología, que parecen salidos de un sueño y visten como en tal, merece que nos detengamos un momento considerable en él. Y para ello hemos seleccionado la parte de la editorial Cátedra que se refiere a los personajes de la obra puesto que es muy aclaratoria.


Los personajes
(Introducción a la obra de la editorial Cátedra)

“Lo primero que llama nuestra atención es el alto número de participantes que requiere el reparto: veintidós personajes, incluyendo animales (El Gato), objetos (El Maniquí), figuras de la Commedia dell’Arte (Arlequín y Payaso), más seis figuras raras y silenciosas que pueblan el bosque en el cuadro primero del tercer acto. A saber: dos máscaras con el rostro y manos pintadas de blanco, otras dos que entran más adelante y dos criados con libreas azules y rostros palidísimos.

Señalaremos como primer carácter distintivo el hecho de que todos estos personajes son presentados únicamente por su nombre genérico; con una excepción, la de Juan, El Criado, cuyo nombre propio es necesario para alguien que debe ser llamado o interpelado a distancia. Lorca utiliza este mismo sistema en otras obras, dando sólo uno o dos nombres propios como en La zapatera prodigiosa, en Bodas de sangre, en Doña Rosita, y desde luego en las “irrepresentables”, incluyendo Comedia sin título.

Es sabido que la identificación de personajes por su edad, profesión, relación familiar, etc., evitando nombres propios, es una característica del teatro expresionista. También lo es la utilización de figuras simbólicas, máscaras, animales u objetos humanizados o deformados, o la inclusión de movimiento de ballet o pantomima, aunque esto no quiera decir que tales recursos no puedan también relacionarse con el surrealismo. Además de la tendencia genérica, señala Andrew Anderson, el uso de bloques de personajes indistinguibles entre sí, vistiendo elegantemente de etiqueta, descripción que encaja con los tres jugadores del cuadro último de nuestra obra, pero que corresponde también al carácter formal de la indumentaria de los demás participantes en la Leyenda del Tiempo, que ayuda, por cierto, marcadamente a la identificación de su simbolismo.

Citemos como ejemplos, el impecable chaqué gris de El Viejo; el traje de niño en tamaño de adulto del Amigo 2º, blanco con enormes botones azules, chaleco y corbata de rizados encajes; la exagerada bata de cola con grandes lazos y encajes, rayana en lo cursi, de La Novia; El Padre, vistiendo traje negro con guantes blancos, ridículamente formal en su propia casa; El Joven, en el primer cuadro del tercer acto, a la última moda del año 30, tal como viste el poeta en sus fotografías de Nueva York, de sport, nickers grises y medias de lana a cuadros azules o con el elegante frac en el cuadro final; sin contar el auténtico traje de “máscara” de La Máscara Amarilla; o para terminar, el atuendo de La Mecanógrafa en el acto 3º, primer cuadro, que añade a un traje de tenis una boina de color fuerte, indefinido, y una capa larga.

Pero lo remarcable es que la mayor parte de esta larga lista de caracteres será vista por corto tiempo y en uno sólo de los actos. Así, de los ocho actores del primer acto, tres no volverán a ser vistos. Los cuatro nuevos personajes del segundo acto no pasarán al tercero. De los trece que figuran en el primer cuadro del tercer acto, únicamente encontraremos a dos en el cuadro final, donde habrá también cuatro nuevos actores no conocidos hasta entonces. Resumiendo: solamente un personaje, El Joven, está presente en toda la obra. El Viejo que le acompaña, no le sigue al cuadro final. El Criado aparece en el primero y ambos cuadros del tercer acto. Diríamos, pues, que El Joven no es sólo el protagonista, sino la obra misma propiamente.

Entendemos, así, que la relativa rapidez con que la mayoría de los participantes pasa ante nuestros ojos no dará lugar a un estudio psicológico detenido. Son “ideas vestidas”, tal como definió el propio Lorca a sus criaturas, cuya caracterización no puede profundizar mucho más allá del propio símbolo representado.

Pero debemos señalar ya, no obstante, la importantísima excepción que constituyen dos personajes inigualables: El Niño y El Gato –que es gata. Ambas psicologías, de niño y niña, están magistralmente conseguidas en un dúo de ternura e ingenuidad infantil elevado a la más alta calidad poética.

De los caracteres femeninos, destacan en primer lugar, las dos mujeres, entre las que se debate la vida de El Joven, que personifican dos formas de amor. La sensualidad exacerbada, trazada con matices irónicos de La Novia, contrasta con el amor idealizado hasta la irrealidad de La Mecanógrafa. Pero la primera, con toda su urgencia, vive el amor, cree sentir ya al hijo futuro en las entrañas, mientras la segunda sueña, y anhela tanto ese amor que no sabe reconocerlo cuando llega a tenerlo presente. En el marco de lo imprevista aparece un tercer personaje femenino: La Máscara Amarilla. Su historia aberrante es de frustración completa, no fue sólo abandonada por su amante, hipotético conde italiano, sino que su hijo acaba de morir, abandonándola también. Sumida en la confusión de diferentes planos de temporalidad, presente y pasado quedan fundidos para ella. No sabemos bien en cuál vive o cree vivir.

En el primer acto el tema del Tiempo ocupa el diálogo de El Joven y sus tres alter egos. Lorca está haciendo lo que hiciera ya Góngora, que como él mismo nos dice: “Dobla y triplica la imagen para llevarnos a planos diferentes” necesarios “para redondear la acción y comunicarla con todos sus aspectos”. Desdobla, pues, nuestro poeta el pensamiento de su personaje central en proyecciones humanizadas de futuro, presente y pasado, muy al estilo, precisamente, que hubiera hecho Calderón en un auto sacramental. De los tres caracteres resultantes, Viejo, Amigo 1º y Amigo 2º, es El Viejo el que permanece como inseparable del protagonista. Es la personificación del Tiempo, pero en un aspecto muy original. No es Cronos, no conserva de éste más que la calidad de anciano irritable, no esperemos guadañas, ni clepsidras, a que nos remitiría la simbología inmediata, porque no representa tal concepción de Tiempo absoluto. Es tiempo humano, limitado, espacio de tiempo futuro que queda desde el presente a la muerte, que se va consumiendo con cada acción, con la realización de los hechos. Es éste el Tiempo a que alude el subtítulo de Así que pasen cinco años. De aquí que El Viejo asuma cierto papel de guardián o director de El Joven, al que aconseja siempre la inacción, la espera, puesto que el tiempo se gasta y hay que hacerlo durar para que no llegue la muerte. Evitará así la palabra “años” sustituyéndola por cualquier otra (“Porque si ella tiene quince años puede tener quince crepúsculos o quince cielos”), o cambiará la conjugación para no utilizar un tiempo pasado y dirá: “Se me olvidará el sombrero” en lugar del impronunciable “Se me olvidó.” Por eso aparece herido cuando El Joven intenta “consumir” su vida, buscándola en el amor. Lo volveremos a ver por última vez al fin del primer cuadro del tercer acto, ya mal herido porque queda muy poco tiempo, pero ese plazo de vida restante, corto o largo, hay que intentar agotarlo también. Por eso insiste: “Vamos a no llegar, pero vamos a ir.”

El Amigo 1º, uno de los caracteres trazados con cierto detenimiento, ejemplifica la vitalidad, la acción. Está lanzado al presente, a la vida, gozando de todo cuanto ésta puede poner a su alcance, mujeres, alcohol, hombres si es necesario. La personalidad de El Amigo 2º, entregado al recuerdo, deseando sumirse en el pasado, queda plasmada en el magnífico poema de “La suite del regreso” incorporado a la obra como fin del acto primero.

Pero este joven vive encerrado entre los cuatro muros de su biblioteca. Su miedo a la vida se trasluce en su rechazo del mundo exterior, del ruido de la calle, del movimiento. “Están las cosas más vivas dentro que ahí fuera, expuestas al aire o a la muerte” –le aconseja El Viejo. Su repulsión por el presente le lleva a posponer la fecha de su encuentro con la mujer, con el amor, fijando un plazo detenido en una arbitraria dilación de cinco años vagamente justificados, igual que lo es la motivación del largo viaje de La Novia. Vive en un tiempo estático que se va consumiendo, mientras justifica sin demasiada precisión la dilación de la espera, proyectando al mismo tiempo todo recuerdo hacia el futuro. “Hay que recordar hacia mañana”, le insiste El Viejo. Nuestro protagonista parece padecer una aparente apatía o timidez sexual. “Quisiera querer –dice- como quisiera tener sed delante de las fuentes.” No se trata exactamente de un caso de impotencia como algunos críticos han querido ver, sino más bien de un abúlico desinterés, y si el Amigo 1º en su desenfrenado vitalismo le empuja a una lucha momentánea de posible tinte homosexual, participa en el juego con la misma desgana y alejamiento que presenta ante su amor por La Novia.

Tiene, desde luego, El Joven un evidente parentesco con Don Perlimplín, que refugiado entre libros, huyendo de la vida, llegó a viejo sin haberla vivido. Sin embargo, para Francisco García Lorca no se trata de un personaje pasivo porque “asistimos a su dolorosa lucha por vivir desviviéndose, y esa lucha es la que se dramatiza”. Su angustia vital lo mantiene paralizado. Más que vivir, sueña o espera.

Pero su fracaso ante La Novia y la acusación de El Maniquí que lo culpa duramente por su inacción, lo hacen despertar súbitamente a la realidad. No ha habido ni hay aún mujer en su vida, y el deseo de paternidad se hace acuciante en él. Su vida también tiene un plazo que el Tiempo va destruyendo. Debe rápidamente encontrarse a sí mismo en el amor por la mujer y en el hijo no nacido. Pero es demasiado tarde. Frustrado, perdido en la espera y en la inútil busca de lo ya pasado, El Joven tiene que morir. Su nombre abstracto, después de todo, lleva implícita su temporalidad.

El Maniquí del vestido de novia, objeto humanizado, se alza a categoría de personaje conectado con el tema de la frustración amorosa. Símbolo usual, por el contrario, de la feliz ceremonia del triunfo del amor, de la unión erótica que implica la esperanza de fecundidad, queda fijo en un punto equidistante entre la Novia y La Mecanógrafa. Muy utilizado por el surrealismo, y por el propio Lorca, debemos suponerlo aquí como El Maniquí de escaparate que reproduce tradicionalmente embellecida, pero con exactitud, la figura femenina agrandada por la longitud de la cola del vestido y los largos velos blancos. No se trata del maniquí de modista o sastre, sin brazos ni cabeza, a modo de torso amputado. En tal forma, con un tinte siniestro, lo veremos en el cuadro final, despojado del velo, convertido en objeto mudo que aunque condenado al polvo del desván permanecerá en escena presenciando la muerte de El Joven.

La Criada de La Novia, entre la larga serie de retratos de criadas andaluzas que Lorca hace pasar del recuerdo familiar a su teatro, es como excepción joven, y en oposición a La Novia su visión del amor es lírico-romántica con el intencionado tinte cursi de comedia realista a que pertenece como personaje.

El Padre que participa también del mismo ambiente de comedia, es casi una caricatura, Viejo distraído “delicadamente” miope, con su cara de color rosa y peluca blanca está literalmente en la luna, lo mismo en el acontecer de su casa que en la contemplación de eclipses.

En la intrusión de las dos figuras de la comedia del arte en el acto tercero hay algo desconcertante. Payaso y Arlequín no corresponden exactamente a su carácter tradicional, frívolo y de pantomima ligera, ya sea teatral o de carácter circense. Aquí son dos figuras extrañas, siniestras (“La cabeza empolvada del Payaso da una sensación de calavera”, advierte la acotación) y sus palabras entre irónicas y melancólicas, los sitúan muy por encima de la acción como conocedores de todo lo pasado y lo por pasar. Encargados de encaminar a los que se pierden en el bosque hacia la única salida, el circo “lleno de espectadores definitivamente quietos”, parecen desempeñar un incierto papel de criados o introductores de la muerte.

Por lo que respecta a La Muchacha, personaje menor, pero muy lírico, puede representar quizá el salto atrás en el tiempo de La Mecanógrafa. Nos basamos en el recuerdo de ésta en el primer acto de un tiempo más lejano, cuando El Joven en “pequeñito”, un niño, al que ella, niña enamorada, contemplaba desde arriba, asomada a su balcón, mientras él, indiferente, jugaba abajo. Es esta línea afectiva bien marcada de arriba abajo la que se repite en la búsqueda de La Muchacha de un amante al que el tiempo ha ido hundiendo siempre en la vertical hasta el punto más lejano posible: el fondo del mar.

Juan, El Criado, carácter fantasmal que se desliza en silencio, siempre andando en la punta de los pies. Parece quedar como situado al margen, estar hecho de otra materia que el resto de los personajes. Diríase que es consubstancial con la biblioteca, ya que aparece las tres veces que se repite este decorado. Es testigo mudo, pero es el que sabe todo lo que ocurre entre la habitación cerrada y la calle o el exterior. Su papel es el de mediador entre el dentro y el fuera y es el que con su candelabro encendido, a modo de cirio funerario, entra en escena ya muerto El Joven, poniendo fin al drama.

Quedan por mencionar, finalmente, los tres jugadores. Fríamente correctos, elegantísimamente vestidos, fracs y largas capas de raso, emulan el atavío y la conducta estereotipada desde su estreno en el teatro de Nueva York en 1927, del Conde Drácula, el vampiro. Aunque el blanco de las capas no corresponda al atuendo de éste último, es color que en la simbología lorquiana nos representa a la muerte, cuya presencia física aparece en este caso desdoblada en tres alter egos, que, como ya indicamos, comenta progresivamente –siempre cerrando el círculo de la obra de principio a fin- la suerte de cada unos de los tres alter egos del protagonista que conocimos en el primer acto.”







viernes, 30 de diciembre de 2011

FEDERICO GARCÍA LORCA (1898-1936). GENERACIÓN DEL 27

Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, Granada, 5 de junio de 1898 – entre Víznar y Alfacar, ibídem, 18 de agosto de 1936) escribió poesía, teatro y prosa. Se le adscribe a la llamada Generación del 27 y es el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX. Como dramaturgo, se le considera una de las cimas del teatro español del siglo XX, junto con Valle-Inclán y Buero Vallejo.

Murió ejecutado tras la sublevación militar de la Guerra Civil Española, por su afinidad con el Frente Popular y por ser abiertamente homosexual.

Sus obras se alimentan de obsesiones -amor, deseo, esterilidad- y de claves estilísticas constantes. La variedad de formas y tonalidades nunca atenta contra esa unidad cuya cuestión central es la frustración. Hemos escogido dos de sus obras más importantes, y muy diferentes: “Así que pasen cinco años” (1931) y “La casa de Bernarda Alba” (que por circunstancias de su asesinato fue su última obra).

“Así que pasen 5 años” es una de las creaciones mayores del teatro de Federico García Lorca. Pieza novísima en forma y contenido fue el resultado del ambicioso proyecto del poeta de “crear un teatro nuevo, avanzado de formas y teoría” que había de originar el deseado “Teatro del porvenir”.

Deteniéndonos en esta obra “vamos a no llegar, pero vamos a ir.”

¿Sabíais que “Así que pasen 5 años” fue equivocadamente considerada durante mucho tiempo como obra inacabada? Esto se debió a un desgraciado error del editor de su primera edición, ya que es, en realidad, la única de las llamadas “comedias imposibles”, que ha llegado a nosotros completa.

También fue declarada irrepresentable. No es de extrañar puesto que esta obra o, como nos gusta a nosotras llamarla por su tremendo lirismo: “poema dramatizado”, fue demasiado novedosa y original, tal vez respondiendo a la aspiración del poeta hacia un teatro total, puro a través de la más completa simbiosis de los conceptos de poesía y teatro y supuso una ruptura en la forma de escribir y de entender el teatro que nos lleva a formularnos la eterna pregunta con la que tenemos el debate garantizado: ¿EXISTE TEATRO PARA LEER? Así formulada y para nosotras como actrices… ¿qué queréis que os respondamos? Obviamente el teatro no es teatro si no se representa y, si no, que se lo pregunten a los “Seis personajes en busca de autor” de Luigi Pirandello.

Según el crítico Ricardo Gullón: “Antes de opinar sobre una pieza teatral conviene verla representada. La lectura no basta […] el lirismo escuchado facilita la comunicación”.

Pues en esta obra de Lorca la pregunta tiene su más fiel respuesta, como hemos dicho antes, ¡fue declarada irrepresentable! Está claro que tanto El Público como Así que pasen cinco años son obras complicadas que necesitan de tiempo y de reflexión pero, como dijo Mora Guarnido después de asistir a una representación en Montevideo: “la escena aclaraba en su acción no pocos efectos que quedaban oscuros o sin perfil en la simple lectura”. Por eso, la falta de estreno de esta obra en España hizo que quedase como inconclusa, non-nata.

El mismo Lorca, le explicó a Margarita Xirgu la obra que le proponía estrenar y ésta no logró “verla” como realización escénica, le pareció “irrealizable teatralmente” e “incomprensible para el público” aunque Lorca le dijera que “se desarrollaba fuera del tiempo y de la realidad, en la cabeza del protagonista”. Años más tarde se mostraba arrepentida de esa decisión.

Primer acto:

[…]

Joven:  
¡Nunca! Por ahora no puede ser.
Por causas que no son de explicar.
Hasta que pasen cinco años.

Lorca no da explicaciones del porqué de la espera, alejándose así de una tradición objetiva del teatro, ya sea romántica, realista o naturalista, y acercándose, en cambio, al simbolismo y al expresionismo. Pero no podemos dejar de plantearnos por qué cinco años y, es escalofriante, que esta obra fuese casi una premonición, ya que Lorca fue fusilado justo cinco años después de escribirla (1931). Esta obra está llena de agonía acerca del destino humano, expresada en el eterno juego del tiempo, el amor y la muerte. De hecho, su subtítulo es “Leyenda del tiempo”.

Amigo 2º:
Yo vuelvo por mis alas,
dejadme volver.
Quiero morirme siendo,
siendo ayer.
Quiero morirme siendo
siendo amanecer.

El plazo de cinco años se presenta al principio de la obra como el tiempo que le viene impuesto al protagonista para poder casarse con su amada, la cual tiene quince años y ha emprendido un viaje que justamente durará cinco años. Pero antes de acabar el primer acto, un personaje, el Amigo 2º, señala que: “dentro de cuatro o cinco años existe un pozo en que caeremos todos”. Y este plazo aparece reiteradamente en la obra: cuando el protagonista es rechazado por su amada, vuelve a buscar a la mecanógrafa que estaba enamorada de él, para casarse con ella y saciar su anhelo de amor y de paternidad. Pero, inexplicablemente, ella le vuelve a imponer un plazo de cinco años para casarse. Esos cinco años nunca llegan pues el protagonista muere.

    El presente, el pasado, el futuro ¿en cuál de ellos vives?… El tiempo es relativo y el hombre que sólo espera, encuentra la muerte en vida. Cinco años son una eternidad y a la vez un instante.

domingo, 4 de diciembre de 2011


Diferentes puestas en escena de Los intereses creados

Los Intereses Creados (1907)


Fecha: 09 de diciembre de 1907
Lugar: Teatro Lara Ubicación: Madrid, España
Esta producción fue un enorme éxito. El público interrumpe con frecuencia el desempeño con los estallidos de aplausos. Intérpretes: María Guerrero, Fernando Díaz de MEndoza, Emilio Thuillier, Emilio Mesejo, Ricardo Puga.




Los Intereses Creados (1911)


Escena del acto primero en la representación de 1911.
Lugar: en el
Teatro Español Ubicación: Madrid (1911). Intérpretes: Enrique Borrás, Rafaela Abadía, Manrique Gil, José López Alonso, Celia Ortiz.



Los Intereses Creados (1922)

Intérpretes:
Lola Membrives





Jacinto Benavente, 1922, el año en el que recibe el premio Nobel de Literatura.



Los Intereses Creados (1956)
Fecha: 1956 Intérpretes: Manuel Dicenta, María Dolores Pradera, Andrés Mejuto, Milagros Leal, Alfonso Muñoz, José Sancho Sterling, Társila Criado, Félix Navarro.



Los Intereses Creados (1960)
Fecha: 1960 Intérpretes:
Luis Prendes, Irene López Heredia, Berta Riaza, María Teresa Padilla, Manuel Díaz González.

Los Intereses Creados (1980)
Fecha: 1980. Intérpretes:
Francisco Piquer, José Antonio Suances, José Cela, María Álvarez, Isabel María Pérez, María Mesa.

Director: José Sancho. Fechas: desde octubre de 2010 a diciembre 2010. Lugar: Teatre Rialto Ubicación: Valencia, España
En esta producción, más de 20.000 personas asistieron al espectáculo.
El director José Sancho interpreta el papel de Crispín.
Intérpretes:
José Sancho, José Montesinos, Juansa Lloret, Manolo Ochoa, Alicia Ramírez, Elena Seguí, Paula Bares, Estela Martínez.


VÍDEOS:

Obra completa, retransmitida por TV2
http://www.youtube.com/watch?v=3hYTNWK3Q28


http://www.youtube.com/watch?v=awoBoyxtR5w
Aquí os dejamos este enlace de la obra de “Los intereses Creados”, producida por el Centro Teatral de la Generalitat y dirigida por José Sancho, que se estrenó en el Teatro Rialto el 6 de octubre del 2010 y a la que tuvimos el placer de asistir y ver actuar a uno de nuestros profesores, José Montesinos, en el papel de Leandro.



Los Intereses Creados (1992)Dirección: Gustavo Pérez Puig. Fecha: 1992 Intérpretes: José Sazatornil, Juan Carlos Naya, Félix Navarro, Paco Camoiras, Nicolás Romero, María Granell, Vicente Haro, Encarna Abad, Elvira Quintillá.



Los Intereses Creados (2007)
Director: Luciano Francisco Comella Fecha: julio 2007 Lugar: Teatro Prometeo, Miami-Dade College Ubicación: Miami, Estados Unidos.
Esta producción fue en español con subtítulos en inglés.



Los Intereses Creados (2010)


viernes, 2 de diciembre de 2011

 
 
Crispín y Leandro


La influencia de la Commedia dell’Arte es muy patente en “Los intereses creados”, sobre todo en los personajes (arlequín, el criado, el galán-enamorado, el señor, la enamorada…). Pero vamos a detenernos en los dos personajes principales: Crispín y Leandro, entorno a los cuales gira la acción dramática.


 
El nivel simbólico de Crispín y Leandro


La pareja de Crispín-Leandro, es una variante de la tradicional pareja criado-amo del teatro clásico español. Pero la novedad de Benavente salta a los ojos; no hay en su comedia un señor a quien su criado ayuda, sino dos bellacos: un falso señor y un falso criado.
 

Podemos decir que el mundo idealista de Leandro, sólo puede funcionar en virtud del mundo materialista de Crispín (materialismo del criado, idealismo del señor). Es decir, representan dos mundos inseparables, sin Crispín no puede Leandro realizar sus ideales, ya que el mundo idealista del amo sólo puede funcionar en el mundo práctico y materialista del criado, y por el contrario, sólo sirviendo el criado al amo, puede triunfar el primero y ser admitido su sistema de valores.
 

Según Jean-Paul Borel, en “El Teatro de lo Imposible”, en ellos hay dos tendencias opuestas: una espiritual y desinteresada y otra material e interesada egoístamente. Según las circunstancias hacemos que salga la parte conveniente, dándose así una doble significación:

Por un lado un hombre “puro” e “íntegro” hace que otro, (un criado, un empleado), haga todo lo que su honestidad le impide hacer. Así descargará su conciencia, siempre se “portará bien” y logrará sus fines. Aparentemente es “desinteresado”.


Por otro lado, ya no en relación de dos personas sino en “el interior de uno mismo”, en lugar de utilizar a alguien para que haga lo que uno “no es capaz de hacer”, se atribuye a este “mal hombre” que todos llevamos dentro, esa otra parte de nuestro ser, algo que “es mas fuerte que yo”. Así el honor queda a salvo (como cuando utilizamos a otro). La culpa esta en nuestro temperamento, confirmándolo estas palabras de Crispín:


“Todos llevamos en nosotros un gran señor de altivos pensamientos, capaz de todo lo grande y de todo lo bello. . . Y a su lado, el servidor humilde, el de las ruines obras, el que ha de emplearse en las bajas acciones a que obliga la vida... Todo el arte está en separarlos de tal modo que cuando caemos en alguna bajeza podamos decir siempre; no fue mía, no fui yo, fue mi criado. En la mayor miseria de nuestra vida siempre hay algo en nosotros que quiere sentirse superior a nosotros mismos. Nos despreciaríamos demasiado si no creyésemos valer más que nuestra vida. . . Ya sabéis quién es mi señor: el de los altivos pensamientos, el de los bellos sueños. Ya sabéis quién soy yo: el de los ruines empleos, el que siempre muy bajo, rastrea y socava entre toda mentira y toda indignidad y toda miseria Sólo hay algo en mí que me redime y me eleva a mis propios ojos. Esta lealtad de mi servidumbre esta lealtad que se humilla y se arrastra para que otro pueda volar y pueda ser siempre el señor de los altivos pensamientos, el de los bellos sueños.”


El Honor
 

El honor es un tema que esta presente durante toda la obra y aunque pueda parecer como en un segundo plano, afecta a varios personajes por diferentes motivos. Se trata en este caso de un honor relacionado con “el que dirán”:


- Silvia, sería la portadora de la idea de que el honor es el bien más alto y no se puede concebir un amor puro sin él, cuando va a ver a Leandro sin importarle la opinión social.
- Esta preocupación la vemos también en algunas actitudes de Polichinela, cuando consiente el matrimonio de su hija para no perder el honor conquistado por su dinero.
- Otro sería Leandro, empeñado en proteger a Silvia de cualquier comentario mal intencionado.


    Éste era el código del honor contemplado y juzgado por la sociedad burguesa en el que la murmuración implicaba el deshonor.