sábado, 22 de octubre de 2011

La Vida, la Muerte, la Religión...


     La religión, la vida y la muerte, son tres de los subtemas principales presentes tanto en Luces de Bohemia, como en Divinas palabras. Por eso nos vamos a detener un momento en la primera concatenación de metáforas que citamos en la entrada anterior, y que pertenece a la escena de Luces de Bohemia en la que el poeta ciego, Max Estrella, pronuncia dichas palabras mientras conversa en la barra de un bar con Don Gay y Don Latino de Híspalis, sus correligionarios anticlericales:

     "La vida es un magro puchero; la Muerte, una carantoña ensabanada que enseña los dientes; el infierno, un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran como boquerones; el Cielo, una kermés sin obscenidades, a donde, con permiso del párroco, pueden asistir las Hijas de María. Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere."

     Podríamos asegurar que no es MAX quien habla, sino el propio Valle, que por boca de MAX, expresa sus pensamientos, su sentir. La vida es un magro puchero, un valle de lágrimas, un duro camino lleno de penas y pesares donde la muerte está siempre presente, esperándonos en cualquier recodo, burlándose de nosotros, apareciendo de repente y nutriéndose del sufrimiento que deja a su alrededor.

     El pueblo ha transformado el verdadero fondo de los grandes conceptos de la religión en un cuento para beatas costureras en el que ellas se sienten protagonistas y con el poder divino de juzgar a los demás sin sentir lo que es realmente la bondad en su interior. Sin ver que el verdadero infierno está en la vida y que su castigo es estar ciegas ante ello y dejar pasar la única oportunidad de mejorar la vida. No admiten la muerte como algo natural y se empeñan en hacer perdurable lo caduco, ajenas al presente, al aquí y ahora, igual que la sociedad española, ajena a los aires de progreso. 

     Según Luis González-Carvajal Santabárbara, en "Esta es nuestra fe: teología para universitarios", dice que este es el juicio que Valle-Inclán hace de las creencias populares en la "otra vida".

     Nos preguntamos qué quería decir realmente Valle con esto y pensamos que la respuesta reside en la esperpentización de lo que aparecía como la extravagante práctica religiosa española de principios del siglo XX (y todavía latente en la España profunda), orientada de una forma no excesivamente distinta a la de otros países. ESto es: la salvación, no por las obras, ni tampoco por la fe interior, sino por los ritos exteriores. Así, en las manos de España deviene el cristianismo alterado en su propia esencia. Esta exterioridad es contraria al verdadero espíritu del cristianismo, a la gran y constante tradición que enseña que el valor de los actos viene desde dentro.

     Europa decía representar las fases más envidiables del hombre en evolución, mientras, en España, la religión mantenía a un hombre temeroso del castigo divino pero capaz de hacer de su vida y de la de los demás un continuo castigo.

     Por ello, Valle-Inclán intenta plasmar en su obra, lo esperpéntico de las tradiciones religiosas, desconocemos si por la extrañeza, la inquietud que le producía o, como decíamos anteriormente, por esa "fascinación afectada", la exageración y la exterioridad a la que se había llevado lo religioso: la muerte representada por "una carantoña ensabanable (envuelta en sábanas) que enseña los dientes" o "el Cielo, una kermés" (una fiesta popular al aire libre con baile y feria, sin obscenidades, ¡qué ironía!) a donde, con permiso del párroco, pueden asistir las Hijas de María.

     Valle-Inclán se queja de que "Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras", pero está claro que estos cuentos a Valle le fascinaban y fueron materia prima para sus obras.





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